Hacia una nueva “normalidad” filatélica

Artículo de ©Marcela Díaz-Cabal
Hace unos días tuve la oportunidad de leer dos muy buenos artículos en La Lupa. Uno, el del amigo Mario, que entusiasta y oportuno, siempre está dispuesto a aportar sus conocimientos y su creatividad. El otro artículo, más extenso, pero muy importante, es el de un filatelista, J. González-Herrera, a quien no tengo el gusto de conocer, pero con quien me he identificado en algunas de sus observaciones... mas no en todas. Pero como ocurre cuando se toca un tema polémico o que nos apasiona, la cerecita del pastel son las opiniones diversas, de lo más estimulantes, que la lectura del artículo concita.
La autora del artículo Marcela Díaz Cabal

Creo que hay que partir de una realidad: vivimos en un mundo muy diferente a lo que era cuarenta, cincuenta años atrás. La tecnología llegó y revolucionó nuestras vidas de una manera que no sospechábamos. En esto no hay vuelta de hoja. La tecnología llegó para quedarse y no necesariamente para hacerle daño a la filatelia y a los filatelistas.

La tecnología
Lo que sí es cierto y tenemos que aceptarlo, es que hay generaciones enteras que no han visto ni escrito una carta en toda su vida. No solo eso, con la cantidad de estímulos y distracciones que hoy la tecnología le ofrece a la juventud, enfocarnos en los jóvenes como los que han de salvar a la filatelia de su desaparición, es enfrentar una aventura quijotesca. De la que probablemente saldremos tan mal parados como el pobre don Quijote con sus molinos.
En el 2018, en Chile, conversando con el entonces presidente de la Junta Directiva de la FIP, precisamente por la situación tan penosa de Panamá que no había sido capaz en 10 años de atraer a la filatelia ni a un solo chico o chica, el amable señor Tay Peng Hiang nos aconsejaba que en vez de esforzarnos por atraer a los jóvenes, nos enfocáramos en la gente de 40/50/60 años. Y tenía razón. Una persona de esas edades se supone que goza de un trabajo estable o está próximo a jubilarse, los hijos ya son grandes y tiene más tiempo para dedicarle a los sellos. Quizás es a personas de ese rango de edades a las que deberíamos atraer.
Yo soy una prueba de ello. A diferencia de mis colegas que pueden hablar (aun los más jóvenes) de 20 años y más dedicados a la filatelia, yo entré en este mundo increíble, hará un poco más de 10 años. A los 20, 30, 40 años no habría podido hacerlo. Estaba demasiado ocupada estudiando, trabajando, criando hijo y sin un céntimo para dedicarle a los sellos. Hoy sigo trabajando, pero ya no tengo tantas responsabilidades; puedo disfrutar de un bolsillo más holgado y de algo más de tiempo para dedicarme a lo que me apasiona.
Y aquí entra la tecnología. Ella ha sido mi mejor aliada. En un país como el nuestro donde no existe ni una sola tienda filatélica, con recursos limitados y ni siquiera un centro propio donde reunirnos, este puñadito de filatelistas panameños agremiados al que pertenezco, sin la Internet no habría podido sobrevivir. Ella nos ha permitido mantenernos a flote: comprar materiales, participar en subastas, hacer amigos, leer, escuchar y estudiar temas filatélicos, mantenernos vigentes. Más aún, nos ha permitido desafiar al Covid-19 y demostrar que aún con la muerte acechándonos tan de cerca, no permitiremos que un microscópico virus mal intencionado destruya nuestra pasión. Como ejemplo, un botón: los filatelistas de España e Hispanoamérica hemos hallado en las exposiciones virtuales, en La Lupa—la bitácora temática más importante en español de los últimos tiempos— y en Mi Oficina, que lleva el récord de más de 100 charlas filatélicas en 6 meses de pandemia, un verdadero oasis en medio de la tragedia. En Panamá, con una cuarentena de las más severas y una letalidad de las más elevadas del mundo por cada cien mil habitantes, los filatelistas, que no llegamos ni a la docena, hemos convertido a Zoom y WhatsApp en nuestro cordón umbilical. La filatelia sigue, pues, vivita y coleando.
Luiz Paulo Rodríguez Cunha, Quito 2015,
mostrándonos lo que es la filatelia.
Otro punto que se ha debatido e incluso creo que ya lo he tocado en alguna ocasión en La Lupa, es el de las competiciones. Competir no es negativo. Lo digo y lo sostengo: competir es lo que nos permite avanzar. Porque no competimos con otros, sino con nosotros mismos en una línea evolutiva que se supone que es en línea ascendente. Sin embargo, respeto el derecho de cada cual a no competir. Pero no competir no significa o no debería significar no exponer. ¿Cómo va a aprender el filatelista novel si no observa y estudia otras colecciones? ¿Y de cuáles va a aprender más si no es de las ya sazonadas, las ganadoras de los mejores premios? ¿Cuál es la idea de coleccionar algo que nos gusta tanto, en lo que hemos puesto interés, dedicación y tiempo si solo lo vamos a apreciar nosotros mismos y no mostrarlo a lo demás? Eso no tiene sentido.
Por otra parte, todo el que hace sus pininos en el coleccionismo filatélico tiene que saber, como ya lo han mencionado Jordi y Paco, que una colección no se construye de la noche a la mañana; como al vino añejo, hay que darle su tiempo. No se puede correr; pero tampoco abandonar la carrera. Cuánto tiempo demore el principiante en conseguir el deseado galardón depende de muchos factores que bien pueden ser tema de otra conversación.

En mi experiencia, tampoco es cierto que los “gurús” de la filatelia no ayuden a los coleccionistas noveles.
Al menos yo puedo decir que la mayor parte de lo que sé se los debo a mis maestros Paco Gilabert y Luiz Paulo Rodrígues, dos grandes filatelistas y jurados, que desafortunadamente perdimos en términos de un año.
Paco Gilabert en un seminario taller dictado en Panamá,
2013, a miembros de ASOFILPA
Pero también han aportado en mi aprendizaje filatelistas de la talla de Damián Läge, mi siempre recordado comisario Estanislao Pan de Alfaro, (q.e.p.d.); José Raúl Lorenzo, Paco Piniella, Luis Fernando Díaz, Federico Brid, Ernesto Arosemena y muchos otros compañeros a todo lo ancho y largo de la geografía americana e hispana que en todo momento me han brindado el dato oportuno, me han conseguido una pieza o me han dado un buen consejo. Desde esa perspectiva, soy un poco la hechura de todos ellos, tanto como de los congresos temáticos (tan añorados) a los que asistí, las lecturas que he realizado por mi cuenta, de mis experiencias competitivas y naturalmente, de mi deseo siempre de avanzar. Porque más que la inteligencia, es la motivación, el mismo factor número uno que he visto a lo largo de mi carrera docente, la que nos hace llegar a la meta propuesta.
Paco Piniella y Estanislao Pan de Alfaro, EXFILNA, Sevilla 2018.
Sin embargo, sí estoy de acuerdo con el comentario de erolelu sobre el hecho de que los jurados, en las exposiciones competitivas, no contribuyen mucho “en prestar indicaciones válidas que ayuden al expositor cuando recibe la hoja de evaluación”. Sea por la premura del tiempo, por algo de egolatría o un cierto desdén hacia el coleccionista novel, la verdad es que conseguir que se le explique al expositor con cierto detalle el porqué de los números en la evaluación pareciera que es pedirle peras al olmo. Pero ahí es donde los jueces deben ejercer su labor docente. De hecho, los jueces deberían dividirse las colecciones para explicarles a cada participante que así lo pida, su puntuación según cada apartado evaluado. ¿De qué me sirve saber que gané 83/100 si no tengo la menor idea de cómo se repartieron esos 83 puntos ni el porqué? Tal vez ahora sea más factible esperar esa explicación detallada por dos razones: al enviarse las colecciones escaneadas y con una sinopsis explicativa de la misma, ya no habrá excusa para que el jurado no cambie su proceder. Esperemos que así sea. 
En cuanto a las reglas, hay que estudiarlas y tenerlas siempre a mano. El coleccionista debe conocerlas, pero también los directivos de su club. Tal vez los clubes o las asociaciones regionales puedan promover exhibiciones tipo taller para ir mostrándoles el camino a los principiantes. Recordando, eso sí, un principio básico en educación: siempre se debe comenzar por algo positivo al evaluar la colección. Al fin y al cabo es cuestión de ayudar y motivar al coleccionista, no hundirlo con nuestra sapiencia y nuestra experiencia para desencantarlo de la afición. 
El último punto que quiero tocar es el del costo que significa montar una colección para ganar la más alta presea posible y su exhibición en una exposición competitiva. Aunque es cierto que una gran parte de la colección se evaluará sobre la base de nuestro trabajo (escuchar la reciente charla de Paco Piniella para Mi Oficina) y concuerdo con José Ángel en que para obtener un Vermeil (muy buena nota para quien es principiante) no hace falta una gran inversión económica, no debemos llamarnos al engaño. Todo coleccionismo de la clase que sea: monedas, fotos, pinturas, orquídeas, sellos, hot wheels, barbies, dedales... al final tendrá su costo. Porque el coleccionismo está abierto a la oferta y a la demanda. ¡Vaya si lo sabemos! Tanto el jurado como el expositor están conscientes de eso. Y aunque no toda pieza “rara” es cara, la mayoría sí lo es. ¿Por qué? Porque rara implica por lo general, escasa, y eso hace que cobre mayor valor. Los vendedores lo saben, el jurado lo sabe, el coleccionista lo sabe. En conclusión, para llegar a la ansiada presea dorada hay que invertir. Esa inversión dependerá del tiempo y la capacidad económica del coleccionista. Pretender que se puede llegar al oro solo sobre la base de talento, esfuerzo y conocimientos es engañar al novicio. Como bien decía un amigo, otro que se nos fue antes de tiempo, “si quieres oro, tienes que ponerle oro”.

6 comentarios:

  1. Me ha gustado mucho tu artículo. Felicidades.
    Saludos desde Málaga.

    Victor

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  2. Muchas gracias, Víctor, por tus palabras. Siempre animan los comentarios de los lectores. Muchos saludos desde Panamá.

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  3. Muchas gracias, Jordi, por tus palabras de aliento y por tu amistad.

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  4. Que buena pluma! Y que buen artículo!

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  5. Muchas gracias, Will, por tan gamables palabras. Un saludo cordial desde Panamá.
    Marcela

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