La Historia de los Mundiales de fútbol (1ª Parte)

Artículo de ©J.P. Aguilar
La historia de los campeonatos mundiales de fútbol empieza en Uruguay, en 1930, pero antes de eso, la competencia entre países se desarrollaba en los Juegos Olímpicos y fueron ellos, precisamente, el motivo para las primeras apariciones del fútbol en los sellos postales. El 21 de mayo de 1904 Bélgica, Dinamarca, España, Francia, Holanda, Suecia y Suiza fundaron la Federación Internacional de Fútbol Asociado (FIFA), que anunció para dos años después un primer campeonato mundial de selecciones, que no llegó a realizarse. Para esa época el fútbol ya era parte de las Olimpiadas; tanto en 1900, como en 1904, se lo había incluido como deporte de exhibición, pero a nivel de clubes. 
La selección inglesa, campeona del primer torneo de selecciones, los Juegos Olímpicos de Londres (1908)
El gol olímpico de Cesáreo Onsari
La primera competencia de selecciones, dentro de las Olimpiadas, se hizo en 1908, en Londres, donde obtuvo la medalla de oro la selección anfitriona, que revalidaría su título cuatro años después, en los Juegos de Estocolmo. En 1914, la FIFA reconoció al torneo olímpico como campeonato mundial de fútbol para no profesionales y asumió la responsabilidad de organizarlo, pero el estallido de la Primera Guerra Mundial hizo que se suspendan los Juegos de 1916, que debieron haberse celebrado en Berlín. Terminada la guerra, las Olimpiadas se realizaron en Amberes, en 1920 y, en esa ocasión, participó por primera vez, en el campeonato de fútbol, una selección no europea: Egipto. Ese año, la medalla de oro fue para Bélgica. Para entonces, Sudamérica había entrado ya en el mundo de las competiciones internacionales. En 1916, la Confederación Sudamericana de Fútbol organizó el primer campeonato regional, que se juega hasta hoy como Copa América y es, en consecuencia, el más antiguo de los torneos entre selecciones que existen en la actualidad. Argentina, Brasil, Chile y Uruguay fueron los países participantes; los uruguayos obtuvieron el campeonato y, a partir de entonces, se convirtieron en protagonistas de primera línea del fútbol de esos años y, para el tema que nos interesa, fueron también los primeros en emitir estampillas con tema futbolístico. En los Juegos Olímpicos de París, en 1924, se contó por primera vez con dos selecciones de fútbol americanas: Estados Unidos y Uruguay. Los uruguayos obtuvieron el título olímpico y de su participación derivaron dos términos del diccionario futbolístico: vuelta olímpica y gol olímpico. En París, el menosprecio inicial hacia la selección uruguaya, exóticos "sudacas" que se atrevían a jugar contra los europeos, se convirtió en admiración conforme avanzaban los partidos y, con ellos, la exhibición de las bondades del fútbol sudamericano. En el juego final, el 9 de junio de 1924, Uruguay derrotó por tres a cero a los suizos y, a fin de corresponder al entusiasmo del público, los ganadores dieron una vuelta al terreno de juego para agradecer a los asistentes, mientras éstos les aclamaban y lanzaban flores. Desde entonces, la vuelta a la cancha luego de obtener un título se convirtió en tradición con el nombre que todos le damos: vuelta olímpica. En recuerdo del hecho, el 9 de junio fue consagrado por la Confederación Sudamericana como Día del Fútbol Sudamericano.
La serie conmemorativa de la victoria del equipo uruguayo de fútbol en las Olimpiadas de París (1924).
Arriba en papel blanco, abajo en papel amarillo
Gol olímpico es aquél que se anota directamente con un tiro de esquina. El gol que dió origen al término no fue uruguayo, sino argentino, y lo anotó Cesáreo Onzari el 2 de octubre de 1924, en un partido entre las selecciones de Argentina y Uruguay que ganó la primera por dos a uno. Un gol desde la esquina a quienes acababan de coronarse campeones en París, era algo que merecía celebrarse; gol a los olímpicos, se llamó en un inicio, para convertirse luego, simplemente, en gol olímpico.
Lo curioso es que, originalmente, el reglamento no consideraba válidos los goles olímpicos y fueron los uruguayos los que abogaron por legalizarlos, tras la anulación de un tanto que habían anotado desde la esquina. Uruguay, sin embargo, no fue el primero que recibió un gol olímpico válido; poco más de un mes antes, el 21 de agosto, la nueva regla, aprobada el 14 de junio, se había aplicado ya en un partido de segunda división, en Escocia.
Las dos variedades de color de la estampilla húngara de 1925 y al centro, la leyenda que aparece al reverso
Y ya que hablamos de palabras, vale la pena recordar que a los uruguayos se debe también otro término futbolístico: hincha. Prudencio Miguel Reyes, talabartero, era, a inicios del siglo XX, el utilero del club Nacional de Montevideo y una de sus tareas era inflar, esto es, hinchar, los balones; tenía, sin duda, unos muy buenos pulmones que le servían para alentar a su equipo en la cancha. Los gritos de Reyes, al parecer, eran tan espectaculares, que merecían el comentario de los asistentes: "¡mirá como grita el hincha!"
La estampilla de la serie olímpica holandesa
de 1928, dedicada al fútbol.
Pero volvamos a lo nuestro. A los uruguayos les debemos, también, los primeros sellos postales que, aunque no muestran ninguna imagen futbolística, están dedicados al tema.
El 29 de julio de 1924 Uruguay conmemoró el triunfo olímpico de sus futbolistas con una serie de tres estampillas en la que aparece la escultura clásica La victoria de Samotracia (Scott 282-284). Se hicieron 35.000 series de estos sellos, que son además los primeros de temática olímpica emitidos por un país no anfitrión de los Juegos; existen tanto perforados como imperforados y se hizo una tirada especial de quinientos ejemplares en papel amarillo, para obsequiarlos a diversas personalidades, entre ellas, los jugadores del equipo campeón y los dirigentes de la Federación Uruguaya de Fútbol.
Casi un año después apareció, por primera vez, una imagen futbolística en una estampilla emitida por Hungría, como parte de una serie destinada a recaudar fondos para asociaciones deportivas. La serie, que circuló entre el 27 de abril y el 31 de diciembre de 1925, incluía un sello con valor facial de 2.000 coronas en el que se mostraba a varios jugadores, entre ellos un arquero que atrapaba el balón (Scott B86).
La foto tradicional antes del primero de los partidos de las finales en las Olimpiadas de Amsterdam (1928).
A la izquierda José Nasazzi, capitán del Uruguay; a la derecha, Manuel Ferreira, capitán argentino.
A fin de satisfacer los fines para los que se emitieron, estas estampillas fueron vendidas al doble de su valor facial, según se indica en una leyenda escrita al reverso. Se hicieron un total de 117.651 ejemplares de este sello, del que existe una variedad de color: celeste en lugar de lila, aunque algunos la consideran como una prueba.
Los Juegos Olímpicos de 1928 se realizaron en Amsterdam y fueron motivo para otras dos emisiones postales dedicadas al fútbol.
La primera la hizo el país anfitrión el 27 de marzo de 1928, como parte de una serie de ocho valores entre los cuales se encuentra una estampilla verde de tres centavos, en la que aparece un futbolista pateando un balón (Scott B27).
La segunda fue de los uruguayos, que conmemoraron con ella un nuevo campeonato olímpico. En esa ocasión, la final fue sudamericana y, tras un primer empate, se jugó un nuevo partido en el que los uruguayos se impusieron a los argentinos por dos goles a uno. Las estampillas conmemorativas del acontecimiento se pusieron en circulación el 29 de julio de 1928, a los cuatro años exactos de la primera serie futbolística.
La serie uruguaya conmemorativa del triunfo en las Olimpiadas de 1928
La serie incluye tres valores: dos, cinco y ocho centavos en colores violeta, rojo y azul, respectivamente y está ilustrada con la imagen una portería construida con tres troncos de árbol, dos balones ubicados en las esquinas superiores del marco, y la referencia a los campeonatos de 1924 y 1928.

Nuestro nuevo colaborador, Juan Pablo Aguilar
es el coordinador del blog "Actualidad Filatélica"



Historia de los Mundiales de fútbol:

1 comentario:

Paco Piniella dijo...

Gracias Juan Pablo por tu colaboración en La Lupa.